Este poema fue compuesto, probablemente, en el año 1578, mientras estaba en prisión o un poco después de salir de ella.
Noche oscura del alma
En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.
A oscuras y segura,
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.
En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía
a donde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
¡Oh noche, que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada
amada en el Amado transformada!
En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.
El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía.
Quedé y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado;
cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
COMENTARIO.
Este poema, desde un punto de vista religioso, describe la experiencia mística del poeta desde que su alma, la amada, está purificada hasta que se une a su amante, Dios.
Para
representar este encuentro místico, San Juan de la Cruz identifica al alma con
la muchacha, que busca a su amado, Dios.
La escapada nocturna representa el camino que recorre el alma, en el que
se distinguen tres pasos necesarios: la vía purgativa, la vía iluminativa y la
vía unitiva.
El primer paso es la vía purgativa, que tiene como fin purificar el alma para hacerla digna de Dios.
Esta purificación se consigue a través
del alejamiento de todas las tentaciones y las preocupaciones terrenales, de
modo que nada pueda distraer al alma del anhelo de encontrarse con Dios.
La “casa sosegada” sugiere esta calma del espíritu, distante de cualquier
actitud que lo perturbe.
La “noche”, que ayuda a la amada, es la noche del espíritu, un estado
del alma en el que en el que no presta atención a nada externo, porque para que
Dios entre en ella, el alma debe olvidarse del mundo y concentrándose sólo en
Dios.
En esa noche, donde el alma está sola, comienza la vía iluminativa, el
paso en el que el alma siente la presencia de Dios.
Este momento, simbolizado en el texto por la luz que en el corazón ardía”.
La luz tiene que ser interior, Dios hace arder en el corazón. La luz es
una gracia que Dios concede al alma para señalarle su presencia. La luz es una
muestra del amor de Dios.
La “vía unitiva” se produce cuando el alma es “amada en el Amado transformada”.
En
esa última vía, el alma logra sentir plenamente a Dios en ella y pierde la
conciencia de sí mismo, llegando a ser un solo ser con Dios.
En esta experiencia, el alma deja de ser ella misma para formar parte de
la divinidad y vivir una sensación, que está más allá de la razón humana.
Las últimas estrofas descubren la felicidad del alma tras el encuentro con Dios.
Todo
es un reflejo del amor de Dios: los cedros, la almena, el aire y las flores
forman un mundo donde todos los elementos son cómplices del amor y aíslan a los
amantes.
Este mundo refleja la paz y la belleza que deja Dios en el alma del
místico.
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